Cómo ser mejores padres


Cómo ser mejores padres

Para ser mejores padres y madres se trata ante todo de confiar en nuestra intuición y entrenarnos en escuchar, conocer y comprender a nuestro hijo. Si queremos ampliar nuestra mirada y verlo realmente, nos puede ayudar tener algunos conocimientos acerca del desarrollo emocional y cognitivo de los niños. De la dependencia total a desarrollar cada vez más autonomía y autoapoyo, los niños transitan un camino desde la fusión emocional hacia una lenta y progresiva separación y construcción de la identidad en la adolescencia.

El bebé pequeño se siente uno con el mundo en una fusión emocional. Para que pueda desarrollar una sana autoestima más adelante en la vida, en esta primera etapa, necesita una relación muy cercana con sus padres. Cuando el bebé se siente protegido y sus necesidades están cubiertas con ternura, se siente seguro y puede construir confianza en si mismo y en sus relaciones.

El niño pequeño necesita mucha presencia y disponibilidad por parte de sus padres, como base segura para empezar a explorar el mundo. Es importante tener en cuenta que al niño pequeño, le resulta difícil diferenciar lo real de los sueños, el juego y la fantasía. Al no poder separar todavía lo interno de lo externo, no le es fácil ponerse en el lugar de los demás. A través de la experiencia y sus vivencias sensoriales irá desarrollando su inteligencia, pero en esta etapa sigue siendo responsabilidad de los padres ejercitar nuestra capacidad de empatía con nuestro hijo para comprender lo que siente y lo que necesita.

En vez de exigir al pequeño que comprenda nuestra lógica de padres y antes de criticarle por egoísta o castigarle por mentiroso, es clave entender que la visión del mundo y la vivencia infantil son diferentes a las de los adultos. Le cuesta todavía poner palabras a lo que realmente necesita y suele expresar lo que le pasa de manera no verbal.

El juego es una necesidad básica de la infancia y su forma de comunicar las emociones, experimentar, resolver sus conflictos y desarrollar su creatividad. En los primeros años de vida es esencial que el niño se sienta visto, reconocido y aceptado tal como es. Un hijo viene al mundo para ser él mismo, pero todos los padres tenemos una serie de expectativas acerca de cómo nos gustaría que fuera.

Sin embargo, el hijo ideal sólo existe en la fantasía y desde ahí nos costará ver cómo es y relacionarnos con nuestro hijo real. Si somos capaces de renunciar al ideal, podemos aceptarlo y quererlo tal como es, alegrarnos por su existencia y hacérselo saber.

Un niño necesita algunos límites que contienen y dan seguridad. Ante todo necesita dedicación, respeto y mucha comunicación. Si nuestro hijo ha podido construir seguridad interior a lo largo de su infancia, después de un proceso de lenta separación emocional, en la adolescencia empieza a estar preparado para diferenciarse saludablemente de nosotros.

Para que nuestro hijo encuentre su propio punto de equilibrio para saber enfrentarse a la vida independiente, en esta etapa es necesaria cierta oposición y enfado con nosotros, es su manera de explorar sus propios valores, aunque sigue necesitando sentir que pertenece y forma parte de su familia.

Un hijo no es ninguna prolongación de sus padres y es importante que le apoyemos en los cambios que se producen y valorarlo en sus búsquedas e iniciativas personales. En esta etapa nuestra convivencia se va a beneficiar si como padres estamos dispuestos a dialogar, escuchar abiertamente y compartir honestamente y desde nuestras propias limitaciones. Ahora toca facilitar su salida al mundo y confiar en que haya desarrollado una sana postura hacia la vida en la que se escuche, se trate bien y se cuide de forma responsable.

En la juventud de nuestro hijo, miremos con buenos ojos su libertad y autonomía. En esta fase lo saludable es vivir, permitir vivir a nuestro hijo y alegrarnos por su capacidad de construir sus propios proyectos y vínculos. A veces cuesta pasar de una etapa a otra, aunque la tendencia natural de los niños es hacia el crecimiento y la salud, no siempre es fácil y nos atascamos.

Nuestra visión en Gestalt es integradora, tenemos en cuenta al niño y a su familia en su totalidad, para comprender lo que ocurre y poder ayudar realmente.

Cuando un niño tiene enfermedades recurrentes, conductas inadecuadas, pataletas o malas notas, algo está sucediendo. Nos interesa comprender qué hay detrás de las señales y descubrir qué necesitamos para poder reparar lo que hay en lo profundo. A veces ocurre que el día a día se convierte en una lucha de ganar o perder donde los padres tratamos de imponernos por la fuerza con autoritarismo, descalificaciones o comparaciones.

Otras veces sobreprotegemos al hijo que se ha convertido en un tirano caprichoso que juega con nuestros sentimientos de culpa. La psicoterapia es una buena inversión en nosotros y en nuestro hijo porque nos ayuda a tomar conciencia sobre cómo nos relacionamos y lo que necesitamos para encontrarnos y cooperar.

Los aprendizajes nos servirán para reforzar nuestros recursos, superar los retos y mejorar la comunicación, una buena base para el bienestar de nuestra familia en el aquí y ahora y para el futuro.