El miedo es una emoción que nos capacita para reaccionar ante un peligro, nos avisa de que necesitamos seguridad y tiene un valor para nuestra supervivencia.
Las fobias se caracterizan por un miedo persistente y excesivo ante situaciones que no son particularmente peligrosas o amenazantes realmente. Podemos tener fobia a diferentes objetos, situaciones o actividades, por ejemplo a los animales, a la sangre y a las inyecciones, a los médicos y dentistas, a las alturas, a conducir o viajar en avión.
Evitamos o huimos de diferentes situaciones sociales, las multitudes y los espacios cerrados o abiertos. Somos conscientes de que tenemos una reacción desproporcionada con respecto a las exigencias de la situación, pero si llegamos a encontrarnos con lo temido, tenemos palpitaciones, nos cuesta respirar, sudamos, se nos seca la boca, nos duele el estómago o sentimos nauseas.
Los miedos fóbicos pueden estar relacionados con haber vivido algún tipo de experiencia desagradable o traumática. Vivimos en diferentes entornos que nos dan más o menos apoyo. Quizá hayamos vivido un exceso de protección, los demás nos han dado hecho lo que nos cuesta hacer por nosotros mismos, nos han faltado oportunidades para afrontar el miedo e infravaloramos nuestros propios recursos. Quizá hayamos vivido un exceso de exigencias y para sentirnos aceptados había que cumplir las expectativas.
Nos preocupa que los demás vean nuestras debilidades, nos retraemos en los contactos con los demás, buscando actividades y situaciones excesivamente seguras o controladas.
Evitando algunas experiencias, encontramos cierta tranquilidad pero, perdemos en vitalidad y libertad. Si el miedo interfiere en nuestra vida, limitando nuestras oportunidades, comprometiendo nuestros aprendizajes y desarrollo personal, nos interesa consultar con un psicólogo.
Para tratar una fobia tenemos en cuenta el significado de la misma, revisando nuestra biografía para ver cómo la fobia encaja en nuestro contexto familiar, relacional o laboral.
En psicoterapia Gestalt también encontramos un espacio de contención donde acogemos y aceptamos las emociones, conectándonos con nuestros sentidos y legitimando todas nuestras vivencias. Exploramos cómo nos dificultamos el contacto con nosotros mismos y con los demás. Cómo nos cuesta expresar y tolerar algunas sensaciones, conocimientos o comportamientos, pero, entendemos que cuando los evitamos, restringimos nuestra vida porque dejamos de hacer lo que queremos.
Cuando levantamos barreras y evitamos ciertos aspectos del mundo exterior o de la experiencia interna, nos ponemos fóbicos al contacto. Contactar de manera saludable nos sirve para darnos cuenta de lo que ocurre dentro y fuera de nosotros y es la base del crecimiento.
A veces nos llenamos de juicios y prohibiciones, negándonos a vivenciarnos tal como somos y tratando de ser como nuestro ideal nos dicta. Suavizar nuestros valores y creencias nos ayuda a ampliar la visión y abrir posibilidades nuevas de comprensión, permitiéndonos una mayor capacidad de contacto e intercambio.
Otras veces, cuando no nos gusta alguna actitud nuestra o no aceptamos nuestros sentimientos, tendemos a atribuirlos a algo externo que impide nuestra tranquilidad. Nos cuesta darnos cuenta de que estas características no siempre vienen desde fuentes externas, al contrario, pueden tener su origen dentro, es algo nuestro que no nos permitimos y tratamos de ignorar.
Sin embargo, son aspectos de nuestra personalidad que nos pertenecen y si nos detenemos, miramos hacia dentro, entrando en contacto con estas partes, podremos recuperarlas e integrarlas a favor de nuestro crecimiento. Podemos llegar a vivirlas como expresiones aceptables que nos completan y con ellas nos abrimos a nuevas posibilidades.
En terapia trabajamos para vernos tal y como somos, atravesamos las emociones en vez de quedarnos atascados, llegamos a comprender que hay debajo de la fobia, ganando en aceptación de aspectos propios. Es la manera de darnos cuenta de nuestras necesidades, abrirnos a nuevas experiencias y atrevernos a realizar acciones que anteriormente nos resultaban difíciles, descubriendo nuevas conductas más satisfactorias, adquiriendo soltura y flexibilidad.
Cuando conseguimos un buen nivel de contacto y aceptación de nosotros mismos, movilizando nuestros propios recursos, generamos un sentimiento de seguridad y podemos desarrollar un espacio interno de contención, fortaleciendo nuestro autoapoyo y permitiéndonos la plena expresión de nuestro ser.