Problemas con la alimentación y cómo superarlos

Los psicólogos atendemos frecuentemente a personas que tienen diversos problemas con la alimentación, problemas que van más allá de la comida en si, y ayudamos a salvar estas trabas con una atención personalizada para cada paciente. Existen muchos problemas diferentes en la conducta alimentaria, a veces son trastornos de la alimentación, y es importante identificar las dificultades específicas, recibir ayuda de un profesional especializado y conseguir los cambios que necesitamos para nuestro bienestar. Cuando miramos adentro, buscando el sentido del comer de más o comer de menos, podremos encontrar un equilibrio saludable en nuestra forma de relacionarnos con la comida, con los demás y con nosotros mismos.

Los psicoterapeutas ayudan a poner conciencia sobre nuestra relación con la comida, para poder superar los viejos automatismos y costumbres alimenticias. Sabemos que cuando hay asuntos pendientes sin resolver, nuestra energía se atasca, provocando alteraciones en nuestro organismo, bloqueos y desequilibrio. Y es en terapia cuando podemos escuchar nuestras sensaciones, rescatando señales internas que teníamos olvidadas y recuperar conciencia corporal. Es necesario dedicarnos tiempo, respirar y conectar con las necesidades y lo que realmente queremos. En las sesiones psicoterapéuticas también exploramos nuestros patrones, ideas, creencias y valores, discerniendo cuáles nos sirven para cuidarnos y cuáles no, aprendiendo a nutrirnos desde la autorregulación y no desde el control.

La alimentación es clave para nuestro equilibrio y conlleva mucho más que ingerir comida. En Psicología entendemos que nuestra manera de comer es una expresión más de nuestras actitudes, cómo nos sentimos con nosotros mismos, interactuamos con el entorno y gestionamos nuestros afectos. Encontramos paralelismos interesantes entre la manera de alimentarnos, nuestra forma de vivir y regular las emociones. Nos damos cuenta que una alimentación consciente puede tener beneficios significantes para nuestra salud.

Resulta interesante observar cómo preparamos los alimentos y nuestro modo de comer y digerir. ¿Estamos atentos al momento, saboreando, respirando, sintiendo el placer y la satisfacción? ¿Estamos presentes en la experiencia, poniendo todos nuestros sentidos en disfrutar del sabor de cada bocado, aspirando sus aromas, observando los colores y las texturas, incluso prestando atención a los sonidos al comer y beber? O al contrario, ¿nuestro ritmo nos lleva a zampar con prisas, devorando lo primero que tenemos a mano, apenas registrando lo que nos metemos en la boca? Quizá sintamos un vacío que no acaba de llenarse con nada y este tragar rápido, sin masticar, tiene que ver con nuestros hábitos y modos de relacionarnos con nosotros mismos, con los demás y nuestras necesidades. Y descubrimos que no siempre es hambre de comida… sino de otra cosa.

Las peleas con la comida y el peso, quizá sean síntomas de problemas más profundos. Bajo muchas formas de comer hay un componente emocional importante. O engullimos compulsivamente como una forma de tapar el vacío emocional, en un intento de satisfacer nuestras necesidades afectivas, o controlamos la comida que ingerimos de forma obsesiva, algo que sí dominamos, y no queremos ver el problema central. Muchas veces recurrimos a la comida como una anestesia o la utilizamos para paliar la soledad. Frecuentemente nos cuesta diferenciar si lo que sentimos es hambre fisiológica o son otras emociones expresándose en nuestro organismo. Sentimos ansiedad, estrés o aburrimiento. Nos sentimos vulnerables y tenemos miedo a la intimidad o al dolor, y comemos. Sentimos hambre psicológica, y comemos, no para nutrir el cuerpo, sino para calmarnos, animarnos o distraernos en un intento de regular las emociones que nos resultan desagradables. Es un comer emocional y muchas veces no tenemos conciencia de este funcionamiento tipo piloto automático. Quizá nos falta comprensión o reconocimiento, y tratamos de sustituir al amor con los dulces, pero tenemos sentimientos de culpa cuando comemos de más y nos castigamos poniéndonos a dieta.

Muchas veces nos falta confianza, y la atención a las señales internas de hambre, plenitud y satisfacción se deja de lado. La industria y la publicidad se aprovechan de nuestros sentimientos de inseguridad y culpabilidad. Escuchamos fuera lo que hay que comer y en qué momento, cayendo en las modas con respecto a las distintas teorías sobre cuántas veces al día debemos comer, o en la trampa de las dietas milagro, tragando lo de fuera y perdiendo nuestra conexión con nosotros mismos. Si sólo escuchamos la información externa, nos confundimos y desconectamos del cuerpo y sus necesidades específicas para nuestro buen funcionamiento.

Necesitamos desarrollar una actitud de apertura a la experiencia, curiosidad y observar nuestras respuestas a los diferentes alimentos. De esta manera conectaremos con nuestro cuerpo y aprenderemos a leer las señales que nos envía. Lograremos escoger qué comemos y cuánto en base a indicadores internos, escuchando lo que nos pide el cuerpo en función de las circunstancias específicas del momento como el clima, la estación del año, y nuestras características individuales como la edad, el metabolismo y la actividad física. Decidiremos qué queremos comer, y en qué cantidad, preparando y deleitándonos con platos nutritivos y ricos que nos ayudan a sentirnos satisfechos. Rescatando nuestros sentidos y comiendo con todos ellos cuando tenemos hambre, y dejando de comer cuando ya estamos llenos.

Es más fácil cuidarnos, cuando nuestro mundo está en orden. En el espacio terapéutico miramos la tristeza, soltamos el enfado y afrontamos nuestros miedos. La atención psicológica nos ayuda a desarrollar una sana autoestima para valorarnos tal y como somos, y este trabajo también se reflejará en nuestras elecciones de alimento y la atención que ponemos a lo que rodea el acto de comer. Cuando nos encontramos bien, fluimos a la hora de elegir lo que nuestro organismo necesita y resulta natural prescindir de lo que nos sienta mal. Nos resultará más fácil llevar una dieta equilibrada y saludable que aporte los nutrientes que nuestro organismo necesita, animándonos a experimentar en la cocina, probando recetas nuevas y eligiendo menos productos ultraprocesados, y más alimentos frescos de la tierra y preparados en casa.

Hay otros modos de regular nuestras emociones para que la comida no sea la única manera de gestionar el estrés. Para vivir mejor, el autoconocimiento, también mediante la exploración de nuestros hábitos de alimentación, es un buen recurso para favorecer la salud mental y emocional. Es un camino más amable y compasivo en el que aprendemos a responsabilizarnos de nuestra salud y conectar con nuestra intuición. Conllevará una nueva relación con nosotros mismos y tendremos más energía. Nuestro cuerpo es sabio y conoce lo que necesita, sólo es cuestión de escucharlo y respetarlo, en todas sus necesidades, nutricionales y emocionales.

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